miércoles, julio 12, 2006

Renacer

Todo estaba en calma en el interior del templo, el tenue y delicado olor del incienso impregnaba el aire, y el suave tintineo de las campanillas sonaba dulcemente en una cámara lateral. Sirech, confesor personal del Principe Guerrero Bulakov El'Leon, estaba sentado con las piernas cruzadas sobre el suelo blanco, con los ojos cerrados y sumido en una profunda meditación.

Consideró la ironía del templo, cómo podía ser tan tranquilo en tiempos de paz, y sin embargo vibrar tan intensamente con los ideales del combate y la guerra cuando despertaba la furia del Emperador. El sacerdote estaba volviendo a ser consciente de su entorno, cuando notó una perturbación en el aura del templo. Al abrir los ojos, miró a su alrededor, pero no pudo ver nada. Alguna cosa había cambiado, pensó. Algo había cargado la atmosfera de tensión.

Como no hechó a faltar nada, Sirech decidió proseguir con sus rituales. Pero apenas, había iniciado de nuevo la meditación que de repente volvió a aumentar la tensión, lo que causó que el sacerdote se pusiera en alerta.

Como si hubiera oido pisadas detrás suyo, se giró lentamente, y miró a través de la puerta hacía la sala principal con los ojos entrecerrados. Con un jadeo de sorpresa se dió cuenta que el portal del salto cuántico estaba activo. Tan solo otro miembro de HIT podia saber cómo abrir el portal. Si el salto estaba abriendose en este extremo, a Sirech no le quedaba mucho tiempo para prepararse para la visita ¿Por qué no le habían avisado?

Dirigiendose rápidamente hacia el altar situado en medio de la sala, Sirech cogió un puñal que había sobre su superfície y se hizo un corte en la palma de la mano. Manteniendo la mano sobre el altar, el sacerdote permitió que su esencia vital cayera en un cuenco de plata que había en el centro. Cerrando los ojos una vez más, Sirech inició la meditación de la guerra, centrando todos sus pensamientos en la galaxia, derribando barreras que constreñían sus instintos salvajes cuando no se encontraba en la batalla.

Normalmente, la culminación del ritual sería ponerse su armadura de combate, colocandose en último lugar su casco para representar la transición de la paz a la guerra. Sin embargo, Sirech no iba a ir a la guerra. Iba a encontrarse con un sacerdote como él y por tanto no era necesario colocarse la armadura.

Sirech sumergió sus dedos en el cuenco, y con movimientos fluidos empezó a dibujar su runa sobre la cara y frente, como una máscara simbólica. Mientras sentia como su fluido vital resbalaba por la piel, los pensamientos de Sirech empezaron a dirigirse hacia recuerdos de guerras, imágenes de batallas en las que había luchado. En su vida diaria estos recuerdos quedaban suprimidos por los escudos mentales que había construido a lo largo de años de entrenamiento, pero en cuanto asumía el aspecto del dios de la guerra que él mismo encarnaba, las escenas de odio y masacres volvían una vez más a su mente. Al dibujar el último trazo de la runa sobre sus labios y notar el sabor de su propia sangre, los últimos bloqueos de su psique se desvanecieron, y toda la furia y pasión de su sanguinaria raza inundaron su mente. Durante un instante el sacerdote se estremeció por la intensidad de sus sentimientos, emitiendo un ligero gemido mientras las sensaciones inundaban su cuerpo.

Dominando sus repentinamente violentos impulsos, el sacerdote miró hacia el portal del salto. Mientras observaba el brillante disco de energía roja, pudo notar como el templo empezaba a inundarse de la voluntad de Bulakov El'Leon. La furia y la destrucción parecían saturar el aire. En un instante, una figura con armadura atravesó el portal.

Tambaleante, se apoyó en la pared y se deslizó hasta el suelo. Sirech corrió junto al recien llegado, y entonces retrocedió anonadado. Allí, recostado contra la pared de su templo, estaba ni más ni menos que la inspiración de su Principe Guerrero, la eterna aprendiz, la etérea bipolaridad en carne y hueso, la Protomusa Albama. Sirech pudo observar que la armadura ancestral que ella portaba, había sido perforada por diversos puntos, y en su placa pectoral había un agujero particularmente profundo y suficientemente ancho como para pasar su puño por él.

Aunque era evidente que estaba herida, no había ni rastro de sangre en la Protomusa. A través de los agujeros de la armadura Sirech tan sólo podía ver una turbulenta nube de estrellas; la Protomusa había transcendido la necesidad de poseer una forma física. Lentamente, Albama se agitó. Los brillantes ojos amarillentos de su casco se dirigieron hacía Sirech. Sin decir ni una palabra, la protomusa levantó la mano, como si necesitara ayuda. Sin pensar lo que estaba haciendo, Sirech la sostuvo por el brazo.

Por un instante el universo entero pareció que se detenía. Sirech sintió como era absorbido por la Protomusa, y su presencia arrancada de la realidad hacia otro reino. Con un destello cegador, su espiritu colisionó con el de Albama, y su mente se llenó de viñetas caleidoscópicas.

Un grupo de niños se apiñaban detrás suyo mientras la muchedumbre corría descontroladamente por las calles, rompiendo ventanas y abriendo puertas. Él estaba de pie, con una espada en su mano, bañado en la sangre de otros HIT.

Estaba mirando por una intrincada ventana hacia las estrellas, observando por ella el mundo que acababa de dejar atrás. De repente su mente explotó por el aullido del Gran Enemigo en el momento de nacer. A su alrededor sus amigos y parientes caían al suelo, con los ojos en blanco y los labios entreabiertos.

Estaba luchando contra Ahmon'Ra. Sus armas refulgían a la luz de la luna de algún mundo alienígena. Su espada curvada mordió el estomago de su enemigo, y Ahmon'Ra lanzó un contraataque desesperado para obligarle a retroceder antes que el traidor se girara y saltara a través del portal del salto cuántico.

Junto a él avanzaban numerosos soldados. Ante él había filas y más filas de humanos. Todos ellos habían sucumbido ante el poder del Caos, y su lider intentaba destruir el imperio de la Humanidad, sometiendo la galaxia bajo el poder de los Dioses Oscuros. Su máscara escupía muerte mientras cargaba entre los acorazados humanos.

Los gritos de los HIT moribundos saturaban el aire, e incluso el cielo parecía a punto de arder con fuego púrpura. Un escuadron de cruceros pasó por encima suyo antes de explotar en medio de una gran llamarada, derribados por los terriblemente cañones de plasma.

Rivalizó con el bestial rugido de los OWNAGE's con su propio aullido de rabia, atravesando con su puño el pecho de su líder. Separándole la cabeza de los hombros, sostuvo en alto el preciado trofeo para que todos pudieran verlo, regozijándose por la victoria.

Las visiones se sucedieron, llenando la mente de Sirech como si fueran sus propias memorias. Por su mente pasaron una batalla tras otra, combates contra abominaciones alienígenas de más allá de la galaxia, desde los Carroñeros de los primeros días hasta la nueva amenaza de los BTZ's. Y después de cada secuencia de imagenes venía la imagen de la muerte, del fin de la vida física de ese espíritu. La siguiente se iniciaba con el descubrimiento de la armadura de Albama por algún HIT. A veces era un explorador en un mundo largo tiempo olvidado. En otras ocasiones era en medio del fragor de la batalla.

La última batalla era en un mundo situado a tan solo unos pocos días de viaje de Thracia Eidolon, donde se había reunido una gigantesca horda enemiga que había empezado a enviar sus toscas astronaves hacía el infinito. Sirech vió sus propios recuerdos incorporados a la psique de la Protomusa, desde su primera batalla en Obzidion hasta la visión de su propio brazo acudiendo a ayudarla. Sirech se dió cuenta de que ya no podía diferenciar entre sus recuerdos y los de los demás. Una voz le habló, liberándole de todos sus temores.

"Bienvenido, sacerdote Sirech. Con tu esencia vital, seguiremos viviendo."

Sirech sintió como los últimos vestigios de su verdadera identidad desaparecían, y notó como gritaba, tanto de miedo como de alegría.

Albama abrió los ojos y observó el cuerpo vacío del sacerdote que yacía junto a ella. Mientras se levantaba, la armadura de la Protomusa empezó a autorepararse, los cortes en su cuerpo se cerraron y sellarse sin dejar rastro. Observando el templo de su alrededor, reconoció el lugar donde se encontraba gracias a los recuerdos de Sirech. Gracias a estos mismos recuerdos, sabía donde se encontraba la Cúpula de los Videntes de Cristal, y salió del templo con la intención de avisar a los Videntes del peligro que se cernía sobre su mundo.

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