Bulakov El'Leon, el lord exterminador de mundos, miraba hacia abajo sin disimular su odio contra las tropas de los ACE, que montaban guardia alrededor del portal de salto cúantico de TenGoku. Escupió un poco de sangre ácida al mismo tiempo que emitía un gruñido de impaciencia. En el valle que se extendía bajo su puesto de observación se levantaba un antiguo portal que conducía directamente al mundo de Kaizen.
Había contado con encontrarse con algo así; los ACE de Kaizen, aunque en menor número en comparación con sus propias tropas, parecían hacer acto de presencia prácticamente siempre que Bulakov decidía llevar a cabo un ataque. Sentía un enorme desprecio hacia KoteI, la larva que dirigía a aquellos insectos escurridizos vestidos de negro por el valle; lo despreciaba con una pasión tan grande que le ardía el cuerpo y casi no le dejaba concentrarse. Ansiaba cerrar sus manos alrededor del cuello del anciano psíquico para sentir el chasquido que produciria su columna vertebral al romperse y observar con deleite cómo la carne podrida se le desprendía lentamente del cuerpo bajo su caricia infernal. Su boca desprovista de labios y repleta de colmillos se abrió ligeramente al imaginarse el blasfemo festín que haría con los huesos sangrientos de los ACE cuando los hubiera descuartizado a todos.
El tamaño de las tropas enemigas era realmente reducido. Cuatro naves de carga pequeñas y cuatro escuadras de cruceros que acaban de tomar posiciones alrededor de un coro de lasers y lanzamisiles. Pero, Bulakov no tenia intención de utilizar el portal para poder entrar en Kaizen; ni siquiera el Lord Exterminador podía enfrentarse al poder de todo un mundo sin ayuda. Había atraído a la mayoria de las huestes enemigas hasta allí tan solo con dirigir un pequeño ataque al planeta y, una vez hubiera destruido su portal, ya no habría escapatoria posible para ellos. Se dedicaria a dar presa a los malditos ACE en una gran cacería por todo su mundo verde y sus soldados partirian a trozos uno por uno. Y, entonces y solo entonces, sus tropas atacarían el mundo de Kaizen propiamente dicho.
Vió que KoteI abría una bolsita que llevaba y echaba un puñado de runas delante de él. Estas se quedaron suspendidas en el aire delante de los psíquicos, moviéndose en circulos concéntricos como un sistema de estrellas en miniatura. Bulakov sintió cómo su armadura empezaba a retorcerse y a redoblarse, se ponía caliente e incómoda: estaban intentando localizarlo a través de sus sucios trucos mágicos. Torció la boca en lo que parecía parodia de una sonrisa: ¿acaso pensaban que los Dioses de HIT dejarian a su elegido tan desprotegido? Las runas que seguían bailando ante los psíquicos chisporrotearon y crepitaron alocadamente antes de caer bruscamente sobre la tierra verde. A su lado, el hechicero emitió una risa ahogada que sonó igual que el último aliento de un hombre que se estuviera asfixiando.
La espada plateada había empezado a silbar dentro de su puño recubierto por la cota de mallas. Unos zarcillos de puro odio serpenteaban a lo largo de su hoja y sus venas latían monótonamente. Bulakov acarició aquella reluciente arma con su larga y fornida mano.
"Pronto podrás probar bocado, vieja amiga". dijo en un susurro mientras seguía mirando hacia el fondo del valle. "Muy pronto todos nosotros probaremos bocado...".
Había contado con encontrarse con algo así; los ACE de Kaizen, aunque en menor número en comparación con sus propias tropas, parecían hacer acto de presencia prácticamente siempre que Bulakov decidía llevar a cabo un ataque. Sentía un enorme desprecio hacia KoteI, la larva que dirigía a aquellos insectos escurridizos vestidos de negro por el valle; lo despreciaba con una pasión tan grande que le ardía el cuerpo y casi no le dejaba concentrarse. Ansiaba cerrar sus manos alrededor del cuello del anciano psíquico para sentir el chasquido que produciria su columna vertebral al romperse y observar con deleite cómo la carne podrida se le desprendía lentamente del cuerpo bajo su caricia infernal. Su boca desprovista de labios y repleta de colmillos se abrió ligeramente al imaginarse el blasfemo festín que haría con los huesos sangrientos de los ACE cuando los hubiera descuartizado a todos.
El tamaño de las tropas enemigas era realmente reducido. Cuatro naves de carga pequeñas y cuatro escuadras de cruceros que acaban de tomar posiciones alrededor de un coro de lasers y lanzamisiles. Pero, Bulakov no tenia intención de utilizar el portal para poder entrar en Kaizen; ni siquiera el Lord Exterminador podía enfrentarse al poder de todo un mundo sin ayuda. Había atraído a la mayoria de las huestes enemigas hasta allí tan solo con dirigir un pequeño ataque al planeta y, una vez hubiera destruido su portal, ya no habría escapatoria posible para ellos. Se dedicaria a dar presa a los malditos ACE en una gran cacería por todo su mundo verde y sus soldados partirian a trozos uno por uno. Y, entonces y solo entonces, sus tropas atacarían el mundo de Kaizen propiamente dicho.
Vió que KoteI abría una bolsita que llevaba y echaba un puñado de runas delante de él. Estas se quedaron suspendidas en el aire delante de los psíquicos, moviéndose en circulos concéntricos como un sistema de estrellas en miniatura. Bulakov sintió cómo su armadura empezaba a retorcerse y a redoblarse, se ponía caliente e incómoda: estaban intentando localizarlo a través de sus sucios trucos mágicos. Torció la boca en lo que parecía parodia de una sonrisa: ¿acaso pensaban que los Dioses de HIT dejarian a su elegido tan desprotegido? Las runas que seguían bailando ante los psíquicos chisporrotearon y crepitaron alocadamente antes de caer bruscamente sobre la tierra verde. A su lado, el hechicero emitió una risa ahogada que sonó igual que el último aliento de un hombre que se estuviera asfixiando.
La espada plateada había empezado a silbar dentro de su puño recubierto por la cota de mallas. Unos zarcillos de puro odio serpenteaban a lo largo de su hoja y sus venas latían monótonamente. Bulakov acarició aquella reluciente arma con su larga y fornida mano.
"Pronto podrás probar bocado, vieja amiga". dijo en un susurro mientras seguía mirando hacia el fondo del valle. "Muy pronto todos nosotros probaremos bocado...".
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